Una tecnología llamada Libro

    El libro no necesita fuentes de energía externas para comunicar sus contenidos científicos, filosóficos y de vida al que se atreve a abordarlo.

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    Por Baltasar Hernández Gómez

    El homo laptoptropus erectus (que vive con la computadora mañana, tarde, noche y madrugada) trata de imponer su cosmovisión de que lo real desaparecerá para dar paso al mundo virtual de la información “flash”, que es estructurada en secuencias mínimas de comprensión, aderezada con múltiples efectos sonoros y visuales, haciéndola extraordinariamente atrayente. Para muchos cibernautas el libro en sus diferentes versiones está condenado a desvanecerse, porque no es “chic” ni “nice” pasarse horas y horas leyéndolo. 

    Sin embargo, esta apreciación es errónea, pues el libro es antes que nada y después de todo una tecnología vigente, que se reinventa continuamente al editarse y re-editarse, adoptando formatos digitales como e-book y audio-libro, así como la renovación de ediciones impresas.

    El libro tiene conectividad universal.

    El libro físico no necesita bluetooth ni mecanismos remotos para traer y llevar experiencias vivenciales. Sólo basta abrirlo para conectarnos con los asuntos más grandiosos del universo y las situaciones más pequeñas de lo cotidiano. El libro enlaza al lector con realidades inmediatas e infinitas y permite que el ser humano se conecte empleando sus cinco sentidos. 

    El sentido de la vista se activa cuando observamos cómo están escritas y cómo son reinterpretadas las palabras como representaciones conceptuales del mundo. En cada parpadeo se descubren colores, trazos, texturas y gráficos, que iluminan nuestro espacio de vida. Las propuestas intangibles en un libro se convierten en manifestaciones fílmicas desbordantes, enmarcadas en una pantalla de plasma de alta definición imaginaria, elevándonos al cosmos para integrarnos a la unidad del conocimiento.

    Se despierta el sentido del oído cuando percibimos la voz y las experiencias implícitas del escritor, sus personajes y situaciones pensadas y vividas. Cuando escuchamos la trova rítmica de la historia, la ciencia y la fantasía penetran los sonidos majestuosos del cosmos y los susurros de lo imperceptible. Si nos encontráramos con un audio-libro la cadencia del relator es la que nos lleva de la mano a senderos nunca antes explorados, considerando que el libro esté descrito en forma íntegra y coherente.

    El sentido del tacto se hace presente cuando realizamos los cambios de página, que es algo similar a deshojar cientos de margaritas o pisar con los pies descalzos cúmulos de hojuelas secas en una tarde de otoño. Sentir el enorme gusto de pasar las páginas de un libro es como presenciar el instante en que dos enamorados ofrecen su pasión. 

    En cada pase de hoja el autor nos vacía su ser, su cosmovisión y experiencias realizadas y las que añora, que luego ya no son de él, sino de todos. Si estuviéramos leyendo un e-book el desplazamiento de teclas se parecería (aunque no en su exacta dimensión) a la oscilación de nuestros dedos en el papel.

    El sentido del gusto no se centra en la cavidad bucal, sino en la manera que percibimos la dulzura, acidez o amargura de lo que introducimos al cuerpo y a la mente a través de la narrativa. En cada sorbo de saliva agenciamos el sabor intenso de la felicidad, preocupación, miedo o asombro por estar abrevando cosas inéditas e interesantes.

    El sentido del olfato aparece cuando apreciamos los olores, humores, perfumes y estados de ánimo de los protagonistas, así como de todo lo que gira en torno a la investigación o la trama. En cada página se desprenden olores a tinta, resina e incluso cuando los libros son antiguos hay un aroma a nueces o almendras, producto de las reacciones químicas del papel, la tinta, etc.

    El libro es portátil.

    El libro nos acompaña a todas partes, ya sea en lugares fijos en la casa, escuela o biblioteca y en móviles como el autotransporte. Nos acompaña en medio de una plática, en el tránsito, en la banca de un parque, en la silla de un café y en la intimidad de la cama. Podemos llevarlo en la mano, apretarlo al costado, encerrarlo en portafolios, mochila o simplemente meterlo en la bolsa del mandado.

    El libro tiene un diseño ergonómico y es fácil de llevar a donde sea, pues se amolda a mujeres y hombres de todas las complexiones, razas, credos y edades. Es tan portátil que anda por toda la Tierra, yendo y viniendo en bicicleta, motocicleta, barco, tren, autobús, avión y hasta en el transbordador espacial.

    El libro es EcoDrive.

    El libro no necesita fuentes de energía externas para comunicar sus contenidos científicos, filosóficos y de vida al que se atreve a abordarlo. No requiere de baterías alcalinas ni de litio y tampoco exige cables o enchufes especiales para recargar su pantalla de papel. Los dedos deslizándose en cada renglón, el flujo de la mirada, las lágrimas o risas y las palpitaciones del lector nutren al libro de acumuladores perpetuos.

    El libro puede ser abierto o cerrado cuantas veces se quiera sin tener preocupación en la configuración de su “disco duro”, problemas de ajustes visuales o códigos de seguridad. El libro ahí está siempre, listo para ser leído una y otra vez.

    El libro es dispositivo de almacenamiento.

    Sin ser un USB (Universal Serial Bus) el libro es un almacenador de datos, ya sea por la disposición del índice o por las anotaciones de cada lector. La información que le solicitamos está disponible a toda hora, convirtiéndose en una fuente inagotable de aventuras para adentrarnos en la ciencia, cultura, historia, ficción y poesía, las cuales podemos retrotraer en el instante que así lo anhelemos.

    Entre más libros sean leídos más capacidad de almacenamiento y procesamiento concentra el ser humano. Bastará con localizarlos, abrirlos y leerlos para activar su volumen de memoria.

    El libro es multifuncional.

    Además de cumplir con la valiosa función de abrir una y millones de posibilidades para apreciar la realidad desde una infinidad de perspectivas, el libro es un instrumento multifuncional, porque puede ser utilizado como: pisa-papeles, sombra en caminatas cortas, mata-bichos, peldaño para alcanzar algo, almohada improvisada, estatus para parecer intelectual, arma contra adversarios, guarda-cartas, escondite de flores y guarida de recados. 

    Es señal para apartar butaca en el cine y sirve como testigo fidedigno para afirmar que todo existe porque en él está contenido. También es cojín para sentarnos en lugares incómodos, cueva de secretos, guarda-billetes, cubre-llovizna e intermediario en citas de amor, negocio o diversión. 

     

    El libro al final de cuentas es fábrica de ideas, impulsor de acciones, provocador de fantasías y escapes a mundos inimaginables ¿Aún crees que puede desaparecer de la faz de la tierra?

    Mientras vivamos en esta dimensión temporal y espacial hay que leer y seguir leyendo con el gozo de adentrarnos al amor por todo y con todos. Hay que darnos la ocasión para oler el papel y la tinta. Hay que realizar anotaciones en ellos, redescubriendo -una y otra y otra vez- aquellos pasajes significativos que quitan el sueño y los suspiros u orillaron a pensar en imposibles. Hay que interiorizar los mundos que hay en cada uno de ellos, tratando de “aprehender” sus enseñanzas. 

    El libro abre puertas y ventanas al entendimiento, análisis y debate -con razón y pasión- y otorga el poder de decisión para actuar en consecuencia. Debemos abrevar los conocimientos y ponerlos en práctica para transformar lo inhumano e injusto que todavía impera en el mundo y construir mejores horizontes.

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