Cri-Cri: Las verdades sociopolíticas de México en sus canciones infantiles

    En sus letras no hay solamente realismo mágico, pues en ellas hay un recuento de los sucesos que ocurrían en el ámbito socioeconómico.

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    Por Baltasar Hernández Gómez

    Francisco Gabilondo Soler “Cri-Cri” continúa siendo icono de la música infantil en México gracias a la fina estructura melódica y poética de sus composiciones. Su obra logró forjar fantasías y penetrar los sentimientos de la niñez y los adultos desde la década de los años cuarenta del siglo XX hasta nuestros días, poniendo al descubierto soplos de alegría para sentir el entorno existencial de personajes reales y fantásticos, experiencias y paisajes en el mundo de la vida [Jürgen Habermas].

    En sus letras no hay solamente realismo mágico, pues en ellas hay un recuento de los sucesos que ocurrían en el ámbito socioeconómico.

    Cri-Cri supo plasmar lo que apreciaban niños y adultos, pero más aún, sus canciones han pasado a formar parte de lo que los gobiernos posrevolucionarios etiquetaron como moderna cultura mexicana. Sus composiciones sirvieron para la instauración de una industria que no solamente vende discos, programas de radio, películas, obras de teatro, sino también ideales.

    Más allá de la acuarela de fábulas, mensajes y sonidos, el legado del “grillito cantor” irradia lo que estaba acaeciendo en su época. Traspasando la textualidad de sus canciones, que se memorizaban fácilmente en fiestas, charlas familiares y dormitorios, Cri-Cri tocó fibras sensibles en los mexicanos de hace más de ochenta años… y lo sigue haciendo aunque en menor magnitud por la diversidad de la oferta musical, videojuegos, entre otras inventivas de entretenimiento multimedia.

    Sirva el presente esbozo para desglosar algunas estrofas de tres canciones de Gabilondo Soler, que sirva como ejercicio de inmersión analítica para identificar la veta argumentativa de lo que ocurría en la sociedad de su tiempo. 

    Canción: La negrita Cucurumbé.

    “La negrita Cucurumbé se fue a bañar al mar, para ver si en las blancas olas su carita podía blanquear”.

    La chiquilla de raza negra no fue al mar para disfrutar el agua salada del océano, la arena o el sol, sino para averiguar si las olas podían blanquear su rostro. Se deduce que no está conforme ni se siente bien siendo descendiente de africanos. 

    Acude al mar porque ambiciona verse diferente. Pretende verse blanca, lo cual esconde la demanda de ser reconocida como integrante de una sociedad a punto de abandonar su ropaje rural para anexarse a lo urbano, incorporando los patrones conductuales hegemónicos del new deal capitalista. 

    Ser negro durante esa época y hasta ahora, desafortunadamente, era motivo de discriminación (abierta o velada). La sistemática transmisión comunicativa de las excepciones relacionadas con los casos de éxito de personas o instituciones negras, es exhibición que despliega el capitalismo para reiterar que el sueño americano se cumple, aunque sea uno en un trillón de veces.

    En la actualidad existen cremas, rayos láser y tratamientos químicos y hasta alternativos que quitan la pigmentación de la piel. Si la Cucurumbé hubiera vivido en estos tiempos cibernéticos sabría que Michael Jackson, entre otros, nació negro y con partes que no deseaba seguir teniendo en su cuerpo, para luego convertirse en adefesio carente de orgullo de raza y consciencia.

    “La negrita Cucurumbé a la playa se acercó envidiando a las conchitas por su pálido color”.

    La niña negra llegó a la playa y sintió envidia por no tener el color de las conchitas marinas. Envidia que es sinónimo de enojo, comparación desigual o deseo incumplido. Envidia que corroe las entrañas por no poseer lo que se asume ajeno y superlativo.

    Cucurumbé se siente en desventaja y quiere ser pálida. En su ansia no sabe que aunque cambiara de color de piel, su herencia genética, el fenotipo de su boca grande y labios carnosos, manos, pies y estructura ósea no surgiría ninguna transformación de fondo, pues seguiría llevando su estirpe a donde quiera que fuere.

    Basta recordar que durante siglos se argumentó que cualquier otro grupo humano distinto al europeo era inferior y que sus características físicas indicaban menores capacidades intelectuales y de adaptación al progreso. Las personas negras eran consideradas indeseables y portadoras de vicios que no podían adaptarse al progreso.

    En la década de los cuarenta del siglo pasado era impensable que un negro(a) fuera prototipo a seguir. Ahí están las tristes experiencias y escenas de segregación, tortura y muerte en Estados Unidos de Norteamérica, Sudáfrica y otros lugares del orbe que dan prueba de tal marginación.

    No obstante de que en el tercer milenio hay miles de políticos, académicos, intelectuales, artistas, deportistas, líderes y gobernantes negros(as), el modo de vida dominante sigue promoviendo discriminación.

    Así como subsiste el machismo, los negros, asiáticos y latinos, a los ojos de un gran número de personas que pertenecen a los centros de poder donde se promulgan legislaciones y formas de ser y estar, son estereotipadas, por decir lo menos, como personas non gratas.

    “Quería ser blanca como la Luna, como la espuma que tiene el mar”.

    Para Cucurumbé la pretensión de ser blanca es un imperativo y por lo mismo anhela ser blanca como las conchitas, como la luna y la espuma del mar. Blanca como las heroínas de cuentos y películas.

    Blanca como la luz. Por esto la urgencia de quitarse el negro de su piel, ya que éste simboliza la oscuridad y el terror que recuerda el lado maligno de la creación.

    “Y un pescado con bombín se le acercó y quitándose el sombrero la saludó: ¡pero válgame Señor! pues qué no ves, que así negra estás bonita, negrita Cucurumbé”.

    En estas cavilaciones que resultan espeluznantes para Cucurumbé, de repente sale a escena un pescado, es decir, “un ente” que le remarca que la figura no lo es todo. El pescado que tendría que ser un pez con raciocinio porque piensa, habla, aconseja y porta bombín, le dice a la niña negra que está equivocada.

    El texto deja ver que por lo menos hay un ser vivo que percibe a Cucurumbé bonita, sin embargo, la negritud no aparece como virtud que trascienda, pues “así negra” -puntualiza- es bonita. Dicho en otras palabras: a pesar de ser negra puede ser bella.

    La hermosura es comparada con las validaciones antropomórficas caucásicas. “Así negra estás bonita” le insiste el pez, o sea, Cucurumbé no debe perseguir convertirse en blanca, porque aún con su color es linda. Claro está, la apreciación proviene de un animal y no de otro niño, joven o adulto que estuviera en la playa o en cualquier otro lugar.

    Cabría señalarle a muchas Cucurumbé de la actualidad que muy buena parte de la excelsa riqueza histórica y cultural, de la gastronomía, estética, música, danza y costumbres en México tiene ascendencia africana. Muchos conocimientos sobre agricultura y medicina están basados en la africanidad que llegó y que no es ajena a la constitución como nación. Esto por sí solo tendría que ser motivo de orgullo y no desventaja u ocultamiento.

    Canción: La patita.

    “La patita va corriendo y buscando en su bolsita centavitos, para darles de comer a sus patitos, porque ella sabe que al retornar toditos ellos preguntarán: ¿Qué me trajiste, Mamá Cuac Cuac? ¿Qué me trajiste para cuac-cuac?”.

    La patita es alegoría de una madre que tiene hijos a los que tiene que llevar de comer. Sale con monedero y busca centavitos para comprarles sustento. Busca centavos y no pesos contantes y sonantes, lo que significa que la “patita” pertenece a la clase económica baja y que además no trabaja, ya que está al cuidado de sus infantes.

    Los hijos no aparecen como tercos animosos, toda vez que preguntan qué trajo la mamá. Son “patitos” que viven el día a día, deseando que les lleven mínimamente algo para llevarse a la boca. Todos los días representan una aventura diferente y por eso cuestionan lo mismo una y otra y otra vez.

    “La patita, como tú de canasto y con rebozo de bolita, como tú se ha enojado, como tú por lo caro que está todo en el mercado”.

    La “patita” está enojada por lo caro que están los productos en el mercado. Éste se deriva porque las mercancías no están al alcance de su presupuesto. Si el dinero no es suficiente para comprar comida en un centro popular de consumo es porque los sueldos son bajos y porque la inflación sólo permite la subsistencia.

    Las palabras “como tú” se refieren a que la “patita” es la representación de muchas otras, es decir, las escuchas de la canción. ¡Qué no ves que la patita a la que me refiero es como miles de madres que van al mercado y se enfadan porque el gasto no les alcanza para llevar satisfactores que cubran las necesidades familiares! parece estar denunciando Cri-Cri.

    “Sus patitos van creciendo y no tienen zapatitos, y su esposo es un pato sinvergüenza y perezoso que no da nada para comer, y la patita ¿Pues qué va a hacer?”.

    La “patita” conoce la precariedad de su situación económica, toda vez que sus hijos no van a tener zapatos cuando crezcan. Qué angustia padece la “patita” ante la pobreza, la cual se ve amplificada porque su esposo, “papá pato”, es sinvergüenza y perezoso.

    Este personaje disimula la irresponsabilidad de un padre que se infiere no labora o si lo hace no proporciona recursos para la manutención. Supongo que al no dar nada es una persona desempleada, con vicios y problemas psicológicos.

    La “patita” aparece como hembra que presumiblemente sabe y acepta que, ante los ojos de las instituciones sociales, es preferible soportar las adversidades, con la finalidad de que los “patitos” guarden impresión de un hogar.

    El autor insinúa que el rol adoptado por la “patita” es de sumisión, en lugar de insurrección que provoque decisión para abandonar al “pato” desobligado. La oración ¿Pues qué va a hacer? remarca que en ese momento de desesperación la conformidad es su única compañera. Aguantar es verbo que explica la actuación de la “patita”, ya que en una sociedad inequitativa, la postura a seguir debía ser la resignación.

    Canción: Métete Teté.

    “Desde la mañanita hasta el anochecer ni un momento se quita del balcón la niña Esther. Aún no tiene catorce brilla de juventud, pero la chiquita quiere un príncipe azul”.

    Esther, alias Teté, se la pasa todo el día en el balcón de su casa. No tiene distractores como libros, radio, televisión, teléfono móvil, tableta, computadora o reproductor de video o USB y por eso vive en el palco de su casa, mirando a la calle. No cumple todavía los quince años y sueña con tener a su lado un galán de cuento.

    Las aspiraciones de las jóvenes de la década de los años treinta del siglo pasado estaban mayoritariamente centradas en el encuentro con hombres de “buena familia”, profesionistas y con posibilidades económicas para casamiento.

    Las mujeres debían ser educadas, honorables, recatadas y con habilidades para cocinar, tejer, coser, limpiar, lavar, planchar, curar y criar a los hijos, teniendo como fin el maridaje dependiente con un hombre que las “sacara” de vestido blanco del núcleo familiar.

    Teté debe ser una joven que cursa el tercer grado de nivel secundaria, pero a diferencia de las muchachas de la actualidad no cuenta con correo electrónico, Facebook, Twitter o What´s App y luego entonces, la adolescente no tenía más remedio que hacer marketing con su persona.

    “Qué pasa muchacha, qué quieres que no tengas junto a ti. Métete Teté que te metas Teté, métete Teté que te metas Teté. Métete Teté no lo repetiré, eh, métete Teté”.

    Su madre la regaña exponiéndole que tiene todo lo que una joven puede aspirar. Se deduce que es una adolescente a la que sus padres le brindan comodidades. La sentencia indica lo incorrecto por permanecer mañana, tarde y noche en el balcón de su casa viendo pasar transeúntes, pero sobre todo “buscando” hombres.

    La orden de que se meta a la casa tarda mucho en ser obedecida y por eso la insistencia de la madre preocupada, seguramente por las habladurías de los vecinos y gente que pasa por la calle. ¿Qué dirán las asociaciones de las buenas costumbres? Esta es la verdadera aflicción de la mamá de Teté.

    La madre no revela preocupación por las necesidades íntimas de Teté y tampoco recrimina el ideal de buscar un “príncipe azul”. La intranquilidad surge porque la joven está a la vista de todos como juguete en escaparate de cristal que puede generar chismes, los cuales mancharían la honra familiar.

    Nunca se pregunta qué le ocurre a la hija en ese estadio de mocedad. ¿Se sentirá sola? ¿Tendrá amistades verdaderas? ¿Querrá llamar la atención para comunicarse conmigo o su padre?

    Lágrimas o consejos no la pueden convencer, sigue en los balcones y a lo lejos mira Esther.

    “Sólo pasan morenos y uno que otro gandul, pero nuestra niña quiere un príncipe azul. Escucha, pequeña qué harán tus muñequitas ya sin ti”.

    Como las súplicas y regaños no surten efecto, la madre aplica chantaje con llanto y consejos no requeridos por la adolescente. No hay nada que convenza a Teté de seguir en los balcones (a estas alturas de la canción ya no es un balcón, sino varios) y la madre ni siquiera puede acercársele, conformándose a mirarla desde lejos.

    La familia no es de clase media, sino de elevados recursos, pues se infiere que la joven Esther está diariamente recorriendo los balcones de la residencia. Se ha vuelto insensible ¡Qué digo! obsecada, porque no hay razonamientos, lágrimas o gritos que la hagan volver al redil de las “niñas bien”.

    De acuerdo al texto Teté se metamorfoseó en una joven sorda, soberbia, irracional y con perfil ninfomaníaca, que se instala en los balcones de su casa para observar y llamar la atención de los que deambulan por su calle.

    Su “target” son los varones con estampa de príncipe a la mexicana. Empecinada en hacer cumplir al pie de la letra los vaticinios de cuentos de hadas donde aparece el hijo del rey al rescate de una bella dama, no hace caso a la observación de que sólo rondan hombres morenos y gandules.

    Lo que no dice la canción es que cuando encuentre a su príncipe azul Teté tendrá que gritarle para que la aguarde, o bien, que la cache al vuelo y se la lleve a un palacio imaginario, para cumplir con el sueño añorado. No se menciona que tenga en mente convencerle de que tendrá que entrar a “negociar” con sus padres para que la pida en matrimonio.

    Mientras la postura de Teté raya en obsesión, la madre le expone que sus muñequitas de porcelana, hule, trapo o madera, esas que seguramente sirven como adorno en las repisas de su recámara o en la cama, se sienten solas y desprotegidas por su ausencia.

    En definitiva no existe nada ni nadie que llene las expectativas de la adolescente a quien le están explotando las feromonas por todos y cada uno de sus poros.

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