La inquisición futbolística y el poder

    La supervisión de la FIFA a la Federación Mexicana de Fútbol (FMF) parece un trámite imperativo que huele a fundamentalismo contra la expresión “puuuuuuutttttttttttttooooooo” realizada por seguidores del balompié en México.

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    Por Baltasar Hernández Gómez

    La vox populi es más fuerte que cualquier exclamación de las autoridades. La supervisión de la FIFA a la Federación Mexicana de Fútbol (FMF) parece un trámite imperativo que huele a fundamentalismo contra la expresión “puuuuuuutttttttttttttooooooo” realizada por seguidores del balompié en México.

    Cuando los arqueros de equipos mexicanos y ahora del mundo se preparan para despejar la pelota, los seguidores del equipo rival efectúan ademanes y sonidos  y, al momento de “chutar” el balón, se oye el estruendo de esta locución, que en sentido figurado simboliza a hombres afeminados. Cuando un individuo o grupo de personas le dicen a un hombre homo, bisexual o “puto”, de manera ofensiva y discriminatoria es inadmisible, ni duda cabe. En este sentido no hay justificación alguna.

    Por lo mismo, tratar de dilucidar si el “puto” pronunciado en estadios es discriminatorio u homofóbico es tarea de sociólogos, psicólogos, filósofos o comunicólogos. A la FIFA no le compete ajustar las voces de las porras con base en reglamentación, pues es algo similar al ansia autoritaria de conformar sociedades con modelos únicos de comportamiento.

    En lugar de sentarse a debatir sobre la actualización de normas que hagan más dinámico, limpio e imparcial los juegos, que se transparente el manejo del dinero captado en torneos mundialistas o regionales, contratación y ganancia proveniente de la publicidad, boletaje de entrada a estadios, etc.; la FIFA ha dictaminado como problema mayúsculo que una multitud, la cual sostiene con su presencia y recursos al deporte, grite un vocablo. Lo cierto es que hoy en día este grito ya es sancionado con penas para estadios, equipos y selecciones.

    Determinar que “puto” (palabra gestada en la picardía mexicana) es ofensivo sencillamente es implantar un asunto que queda en las canchas como distractor de situaciones más profundas y ocultas. Dejo en claro que mi razonamiento se basa en que la ética y la moral no son tótems inamovibles, pues las sociedades, en su tiempo y circunstancias, son las que constituyen su estructura cultural, entre ellas el lenguaje. 

    Nada más hay que observar la incorporación de palabras, verbos y modismos que lleva a cabo la Real Academia Española de la Lengua, para certificar que los idiomas son cambiantes, teniendo como marco de referencia lo que las personas hablan. Así sucede también con las palabras que se gritan a pulmón abierto durante los partidos de fútbol, otros deportes y eventos artísticos. Cada época ha tenido sus “modas” y hasta ahí.

    Concediendo sin conceder -dicen los abogados- que la postura de FIFA sea correcta, luego entonces también habría que sancionar a gobiernos por la puesta en marcha de programas especiales que apoyan a personas etiquetadas como miembros de “sectores vulnerables” (niños pobres, madres solteras, discapacitados, adultos mayores, indígenas, etc.) o a partidos políticos que defienden la igualdad de las mujeres, hecho que por sí solo, demuestra la condición desigual del sistema social.

    Y ya encarrilado el ratón, como estipula la jerga popular, tendría que castigarse a los padres que corrigen a sus hijos por un desatino o al jefe laboral que llama la atención a un colaborador porque no elaboró a su gusto y satisfacción personalizada un reporte. Si de investigaciones o correctivos se trata debiera voltearse la mirada a la oscuridad que prevalece en los procesos de designación del cuerpo directivo de la FIFA, así como la intocabilidad de los árbitros cuando sus decisiones no son adecuadas.

    ¿Qué va a hacer la FMF para callar las gargantas de los fanáticos que pagan sus entradas, compran uniformes, balones, souvenirs, comidas chatarra, posters y demás productos que elevan las ganancias de compañías de bienes y servicios deportivos y abultan los bolsillos de todos y cada uno de los dueños o franquiciatarios de la denominada “industria de la patada”? ¿Instalarán gritómetros” o colocarán en pasillos a inspectores portando “putómetros” para que identifiquen a los gritones y los expulsen de los estadios?

    Todo es parte de la legalidad y no lo legítimo, pues hay miles de alocuciones y sobre todo actos que son inhumanos, que no son puestos en la vitrina pública porque no conviene a los intereses establecidos.

    Otro dato para ahondar la preocupación es que, en 2014, por citar un caso, cuatro jóvenes panistas del estado de Jalisco decidieron juntarse en una cofradía neonazi “Nacional-humanismo” que postula una serie de principios racistas y discriminatorios contra homosexuales, discapacitados, socialistas-comunistas y personas adherentes al semitismo.

    De tal manera que se debe estar preparado para enfrentar que, en los accesos a los estadios, en casas, restaurantes, bares o plazas con pantallas gigantes, la obligatoriedad de portar cubrebocas herméticos, a fin de que no aparezca la bulla.

    La Santa Inquisición parece no haberse ido, ya que se viste con ropajes nuevos en las esferas públicas y privadas. ¿Por qué hay expresiones toleradas y otras no? Cuando un equipo maneja el balón en pases cortos, cada movimiento es coreado con ¡Ole!, por tanto, el portador de la pelota es comparado con un torero y los que son “driblados” con toros de lidia, que al finalizar la faena serán asesinados con el acero curvado de la espada, y esto no genera ninguna amonestación.

    Para la FIFA los chiflidos contra un equipo son señales de discriminación. Así de parcial es la vara con la que miden distancias. Hay que recordar que en la inauguración del Mundial México 1986 miles de aficionados abuchearon abiertamente al entonces presidente de Miguel de la Madrid Hurtado y no pasó nada. ¿Por qué unos gritos van directo al patíbulo y otros no?

    Me imagino a los federativos, dueños de equipos, entrenadores, jugadores y medios de comunicación masiva lanzando sermones para que todos los seguidores del fútbol no externen léxicos altisonantes. Desde cualquier ángulo la multitud que vocifera consignas en las canchas lo hace para festejar a sus equipos o como forma de sentir placer o evadir en noventa minutos el acoso de preocupaciones cotidianas.

    La funcionaria de FIFA que anunció la investigación en contra de la FMF hace un poco más de 6 años puso en un lado de la balanza algunos artículos del estatuto futbolístico, dando la impresión que se tratan de preceptos bíblicos inviolables. Del otro lado un razonamiento tan endeble como surrealista: que la imaginería de los mexicanos es grosera y homofóbica.

    Ya tuvimos suficiente con las doctrinas Monroe y del Gran Garrote, anticomunismo de la Guerra Fría, paranoica seguridad nacional contra cualquier situación que parezca terrorista, sin embargo, en estos momentos la FIFA se está erigiendo en suprema corte para sancionar a quienes ofenden “las buenas costumbres universales”. La cúpula fifana emite el mensaje de que es necesario que la humanidad sea nice, o sea, que se vea y conduzca asépticamente.

    Los federativos internacionales del fútbol no tienen el alcance ni las ganas de emprender una cruzada para erradicar el “puto” y otras exclamaciones que se dan en los estadios del mundo, sobre todo cuando los emisores son los agentes que proporcionan el inmenso caudal de recursos para que sea uno de los deportes que más dividendos tributan a los dueños de la industria de la patada.

    Todo queda en suspensión y comentarios de las televisoras y las limitaciones para mantener en control a federaciones y empresarios que tienen que ver con el negocio del fútbol. El consumo de productos y servicios es lo que da sustento y permanencia al fútbol y no hay nada por encima de esto. ¿Queda claro?

    P.D.: La clase en el poder le ha apostado a que las personas coexistan en conformidad, suponiendo que están enfocados a buscar alimento y dinero para pagar cuentas de bienes y servicios. En este punto es donde se vuelven tangibles los aparatos ideológicos, que a través de los medios masivos de comunicación, entre otras entidades, tratan de mantener en estado de enajenación a miles de millones de personas.

    La cultura oficial, iglesias, mitos y productos comunicacionales encauzan pensamientos y sentimientos sociales, para llevarlos al estadio donde es mejor pensar en fantasías y problemas externos, es decir, de “los otros”, que invitar a la reflexión propositiva para encontrar soluciones a problemas importantes en las naciones.

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