Protocolos de Convivencia Social y Política

    Es habitual que turistas alemanes, holandeses, noruegos, suecos, chinos, ingleses, norteamericanos y canadienses queden sorprendidos ante la amabilidad mexicana.

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    Los casos de Irán y México

    Por Baltasar Hernández Gómez.

    El Tarof iraní.

    El Tarof es un esquema ceremonial que tiene aplicación en Irán para regular comportamientos sociales. Es un compendio amplio y dinámico de palabras, gestos y conductas que los iraníes asumen para intercambiar saludos, desenvolverse en actos públicos y privados, tratar a personas de diferentes clases sociales, familiares y amistades. Aunque algunos sociólogos afirman que el Tarof es una guía protocolaria explícita para quienes lo practican, la verdad es que no, pues los signos comunicativos utilizados tienen un grado extendido de implicitud, que causan dobles sentidos.

    Esta etiqueta de socialización resulta complicada de explicar, ya que los códigos parecen evaporarse en un sinfín de laberintos lingüísticos y no verbales. Lo que para occidente parece sumisión y zalamería, para los iraníes es muestra de hospitalidad, humildad y amabilidad. El trato cotidiano y formal de los “persas modernos” exhibe respeto y abnegación, que es condición sine qua non para cerrar paso a posturas soberbias.

    Es obvio que la sociedad iraní no es resignada o sumisa, ya que la adaptación de este modelo comunicativo es para convivir por medio de un conjunto de expresiones afables, que dan posibilidad a los interlocutores de “dejarse llevar”, es decir, de optar por la aceptación o rechazo hacia pensamientos o actos que surjan en una circunstancia particular. 

    Su arraigo data de la etapa feudal donde tenían que “honrarse” los prestigios, otorgando a cada quién lo que le correspondía, de conformidad con la posición económica, social y familiar. El Tarof era una manera de absorber o procurar influencia en gobernantes, amistades y familiares.

    Sin embargo, la modernidad ha cambiado los términos: de relaciones interpersonales sumamente elaboradas se pasó a actuaciones específicas, a fin de que prevalezca un entendimiento preciso para erradicar interpretaciones equívocas que retrasen toma de decisiones. En la cultura occidental los sujetos sociales manifiestan su modo de ser de manera explícita, con el propósito de que los procesos económicos, sociales y políticos no se vean interrumpidos por desentendimientos. 

    El Tarof es una especie de secuela del arraigo a la esfera del poder y ha servido para que no haya una conducción directa. De tal manera se puede decir que es un mecanismo de defensa que pone diques de contención al trato claro y al mismo tiempo rasga parámetros valorativos entre emisores y receptores de los mensajes sociales.

    Frecuentemente el Tarof es una secuencia de manifestaciones de buena voluntad, pero al mismo tiempo procedimiento social que complica la decodificación de los envíos comunicativos en una coyuntura dada. Para empezar a entenderlo citaré una formalidad que se usa en la cotidianeidad occidental: al centro de la mesa hay un platón con lasaña recién salida del horno 

    ¿Quién toma el cuchillo para cortar la primera rebanada? ¿El dueño de la casa, la anciana que va de visita, el hijo que acaba de llegar de la secundaria, la esposa o la persona que ayuda en las labores domésticas? Lo normal es que el o la dueña de la casa se levante de su silla para rebanar el platillo y servir las porciones a los invitados. La anciana en primer lugar, luego las mujeres, jóvenes y niños, o bien, los niños, ancianos por delante y posteriormente los demás comensales. 

    Aunque el jefe de familia, esposa e hijos debieran servirse primero (porque ellos gastaron en suministros o están cansados o hambrientos por las actividades realizadas durante el día) la tradición obliga a ceder la comida a los invitados. 

    Para el tarof iraní la ocasión serviría para desarrollar un escenario distinto: si alguien lo invita a comer se negaría educadamente a asistir, agradeciendo la esplendidez con múltiples halagos. Se resistiría hasta en tres ocasiones, pero si la persona insiste, luego entonces aceptaría, toda vez, que quedó comprobada la sinceridad del invitante. Obviamente la porción número uno será para el convidado, quien nuevamente rechazaría la oferta otras tres veces hasta acreditar la deferencia. 

    Otro ejemplo es cuando un hombre se encuentra con un conocido y elogia la hechura de su camisa. El propietario reaccionará ofreciéndola en regalo (gesto que puede ser auténtico o simple ejercicio “tarofiano”). El halagado se desvive por no aceptarlo, exclamando alabanzas por la generosidad del otro. Si las cosas quedan ahí los dos se despedirán pensando que el otro es una persona íntegra y respetuosa. 

    Si hay aceptación del regalo, el que se apropia de la camisa honrará el desprendimiento, pero el que obsequió podrá lamentarse (para sí) de su promesa o por la osadía del amigo que a esas alturas ya no lo es tanto.

    Para la cultura occidental el tarof es recetario de signos ambiguos que suponen deshonestidad o hipocresía, toda vez que el lenguaje oral y corporal admite palabrería amable y cortesías barrocas. No obstante tal interpretación, la semiología empleada no es de fácil entendimiento, por lo que no puede ser encasillado en las tablas axiológicas de la racionalidad liberal. 

    Actualmente mucha gente puede espantarse por semejantes expresiones, pero esto no debería pasar porque durante muchos siglos -desde el medievo hasta la época victoriana- las conductas sociales fueron altamente confeccionadas con guiños, silogismos, halagos, ademanes pomposos y vestimenta llamativa, con la finalidad de complacer a los poderosos.

    A pesar de la opinión de europeos, asiáticos y americanos los iraníes continúan desenvolviéndose con el tarof a flor de piel. Casi nunca elevan decibeles al hablar y se explayan largo tiempo en insistir a otro(s) que pasen primero por una puerta o que tomen asiento. Sus protocolos contienen un repertorio de modales exquisitos, saludos, palmadas y silencios cuando el interlocutor está dialogando. 

    La mexicaneidad.

    Aunque los protocolos sociales en México están regidos por la gentileza nunca llegan a ser “exquisitos”. Los mexicanos emplean un abanico de expresiones corporales y verbales para dar bienvenida, halagar, solicitar, invitar o despedir. Desde el apretón de la mano derecha y los saludos hasta el abrazo efusivo en la espalda. Esto es simbología de cordialidad y entrega que trata de demostrar que el respeto, sinceridad e interés son armas que derriban cualquier inconveniente.

    Es habitual que turistas alemanes, holandeses, noruegos, suecos, chinos, ingleses, norteamericanos y canadienses queden sorprendidos ante la amabilidad mexicana. El abrazo, sonrisa, beso en la mejilla y apretón sólido de mano les parece fuera de lugar. Y cómo no si en muchas latitudes el roce o toque táctil es casi inexistente y por eso al sentir en carne propia cortesías se quedan con cara de what. 

    La sociabilidad en muchos países occidentales es fría: la mano levantada de lejos, sonrisa, mirada y frases estereotipadas son las únicas demostraciones de cordialidad. La mayoría de mexicanos aplica la máxima sólo por hoy, porque no importa si mañana la amistad se esfumó o crece. El momento es lo único que interesa. Mañana Dios dirá, remarca un refrán popular.

    Todavía -afortunadamente- el grueso de la mexicaneidad se da a la primera. El familiar, amigo, compañero de trabajo, vecino, el o la que camina junto y de frente, el desconocido y el que es presentado son tratados con afabilidad. Desde un sencillo hola hasta ponerse a sus órdenes son carta de bienvenida. Ni se diga de la invitación a la casa para comer, a observar un partido de fútbol o ir de paseo con la familia, pues son pautas de empalme convivencial para romper hielo o convenir treguas.

    Y aunque estos protocolos se conceden con naturalidad en el ámbito social, no sucede lo mismo en el contexto político. La presumible cordialidad de los políticos trae consigo el enmascaramiento de estocadas, dobles lenguajes, reclamos y ajustes de cuentas, que a la menor oportunidad afloran de manera directa, a través de terceros o negación de favores. Los gobernantes y políticos tienen un prontuario de hipocresías: saludan, abrazan, dan besos y se toman la fotografía con ancianas desvalidas, discapacitados, niños pobres, madres solteras, desempleados y gente de la calle para aparentar cercanía y preocupación, ya que se trata de pose para los medios de comunicación impresos y electrónicos. 

    Después de que el camarógrafo, fotógrafo o reportero efectuó su trabajo, legisladores, gobernadores, presidentes municipales y funcionarios públicos se incorporan apresuradamente a su comitiva para lavarse las manos y el rostro, llegando incluso a cambiarse de vestimenta y ponerse gel sanitizante, a fin de eliminar cualquier bacteria o virus que haya dejado la gente en su cuerpo.

    Entre los miembros de la clase política, incrustada por diversos medios de negociación, arreglo o fraude en el sistema político partidocrático, el protocolo aparentemente es uno, pero la verdad es que son muchos a la vez. Dos correligionarios o adversarios pueden encontrarse y saludarse efusivamente, departiendo sonrisas y augurándose futuros espléndidos, pero al mínimo descuido uno o los dos se lanzará al ataque, recurriendo a la táctica de carambola de tres bandas, que dificulta al otro saber cómo se desplazará la bola…………..hasta que ya la tiene adentro de su buchaca. 

    Cuando un político, gobernante o servidor público exterioriza que va a iniciar una investigación imparcial sobre un caso que involucra a persona u organización es porque al término de horas o días el adversario ya está pisando juzgados acusado de peculado, tortura, asociación delictuosa o ataque sexual. El indiciado devolverá la “deferencia” enviando subrepticiamente, manifiestos, cartas, videos y audios del enemigo haciendo convenciones con miembros defenestrados de la política, economía o crimen organizado. Las sonrisas son algo así como ¡Ya verás cómo te voy a exterminar! porque el que ríe al último carcajea mejor.

    Resulta paradójico que este antiprotocolo ofrezca oportunidad de dar lectura inversa, puesto que en repetidos eventos un ataque no lo es: en procesos electorales los contrincantes despliegan campañas propagandísticas hilvanadas con acusaciones e injurias contra opositores, sin embargo, la realidad es que son amigos, parientes o socios, que buscan llamar la atención a toda costa y confundir a los votantes. 

    En estas escaramuzas quien resulte ganador, obtiene para sí la legalidad del poder, pero el que pierde también triunfa porque le confieren una cantidad considerable de puestos administrativos, concesiones y negocios. En la mente de los políticos no es sustancial que un porcentaje de ciudadanos haya creído las verdades o mentiras en su contra porque es muy corta la memoria histórica y muy grande el cinismo para reciclarse en próximas contiendas.

    En la actualidad partidos que se autodenominan progresistas, éticos y de izquierda públicamente se arrojan a la yugular del partido gobernante (PRI) y del presidente de la República para advertir a la sociedad que son autoritarios y vendepatrias, pero en lo subterráneo comen en el mismo plato y se intercambian favores legislativos, pagos extraordinarios y contratos millonarios. Con una mano apuntan a los enemigos y con la otra aceptan cheques o tarjetas de débito cargadas de fortunas. En la otra esquina del ring el mandatario federal y su partido reconocen ante cámaras de televisión que los partidos de oposición son necesarios, pero a ras de piso, desarrollan estrategias y ataques de baja intensidad para desprestigiarlos. 

    Existe una simbiosis comunicacional, toda vez que los mexicanos perciben desde hace muchos lustros que el lenguaje de la política es simulación. Cuando se esparcen discursos democráticos lo que verdaderamente está diciéndose es que vendrán tiempos con más centralismo y dominación. Cuando se apunta beneficio social es porque en la mayoría de las veces están endureciéndose los canales de participación y distribuyéndose la riqueza nacional en una élite. 

    **Politólogo, comunicador, catedrático-investigador y asesor.

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