¿POR QUÉ LA INMOVILIDAD FRENTE A LA VIOLENCIA?

La capacidad de asombro parece haberse borrado del pensamiento ciudadano, para dar paso a un recuento inagotable de crónicas fatídicas, donde no importa la pérdida física, material o la certeza de vivir.

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Por Baltasar Hernández Gómez

Enajenación posmoderna frente a actos violentos

Homo Videns y realidad

La violencia rompe el tejido social

¿Cuántos muertos más somos capaces de aguantar?

La Generación Omega

Cuando se observan cuerpos mutilados, robos, secuestros o decapitaciones, el homo videns, es decir, la mujer y el hombre que ve, oye y forja opinión sobre la realidad a través de los medios masivos de comunicación sin que haya aparición de sensibilidad y racionalidad, piensa que la violencia animalesca producida por las instituciones del Estado mexicano y el crimen organizado no le pertenece. Para ellos lo que ocurre no le es propio, le es ajeno porque en su percepción enajenada solamente “afecta a los otros”.

Desde hace casi dos decenios y cada vez con mayor magnitud, la apreciación social ha sido convertida en un flash ininterrumpido de imágenes terroríficas, sonidos estruendosos y relatos macabros sobre la desaparición, muerte, violación o asalto a niños, jóvenes, adultos, personas de la tercera edad, funcionarios públicos, policías y miembros de las fuerzas armadas.

La capacidad de asombro parece haberse borrado del pensamiento ciudadano, para dar paso a un recuento inagotable de crónicas fatídicas, donde no importa la pérdida física, material o la certeza de vivir para quienes permanecen de pie, porque lo único “relevante” es conocer el grado de salvajismo con el que asesinan las fuerzas provenientes de los recovecos más oscuros del espíritu humano.

Cuando le toca al amigo del amigo de un conocido, no pasa nada. Cuando el muerto no es de la parentela, no hay muestras de solidaridad. Cuando se incendia, roba o destruye la casa o negocio de alguien que está más allá del perímetro vecinal, tampoco sucede nada. Cuando el descuartizado no es conocido, sólo se alcanza a oír “pobre, ni modo”.

Así de insoportable es vivir como parte de la Generación Omega*, que no sufre ni se acongoja mientras el terror no toque los linderos personales (familia, amistad, relaciones laborales, etc.). Los cinco sentidos ya no son el parámetro para sentir y hacerse sentir en esta realidad que se exterioriza como surrealista, pero que resulta infamemente realista, pues las fibras sensibles han sido permutadas en amasijos de desapego.

Bajo esta consideración el cuerpo societal es metamorfoseado en masa que adopta la idea “si yo, mi familia y amistades no han sufrido una acción criminal, que el mundo ruede”. Sin embargo, ninguna persona, familia, empresa pública o privada puede estar seguro de poseer blindaje, porque más temprano que tarde (sin que esto sea una premonición o deseo) se verá enfrentado a situaciones de violencia, debido al estado de cosas prevalecientes en el país.

El recuento oficial de más de un cuarto de millón de personas asesinadas en 3 sexenios derivadas de la llamada guerra contra el crimen organizado no es vitrina fiable para registrar los cientos de miles de atracos, desapariciones, violaciones y desaparecidos que no están impresos en los informes oficiales.

Hay una completa desolación en millones de mexicanos que ven volar helicópteros, transitar tanques artillados, patrullas policiacas, convoyes militares y spots propagandísticos, pero que en su vida cotidiana enfrentan la violencia intimidatoria de gente armada o en actitud por demás beligerante.

En suma, cuenta todos nos hemos vuelto sospechosos. Al voltear, al acercarse y al convivir con los demás, la constante de pensamiento es ¿Quién es? ¿A qué se dedicará? ¿Seré la próxima víctima? Entre pandemias, crímenes y robos a la nación hemos vivido los mexicanos en los últimos veinte años, reduciéndose al mínimo las áreas de relaciones humanas, profesionales y laborales, ya que nadie está seguro “de los otros”.

La vida diaria es un traslado de la casa a la escuela y al trabajo. Las salidas de recreación son rápidas y con los ojos bien abiertos para no caer en ningún nicho de violencia. Los autos, los bolsos, la casa, el dinero, las tarjetas de crédito o débito, las propiedades y los hijos menores son “pertenencias” que están siendo resguardadas hasta con las uñas, para que no sean arrebatadas por el horror que producen los grupos delincuenciales y las políticas fiscales de los gobiernos de todos los colores.

Aún con amuletos, oraciones a San Judas Tadeo, crucifijos bendecidos o con el ánimo hinchado por recomendaciones positivas de decenas de iglesias cristianas, budistas o mahometanas, la violencia en México persiste y va en aumento.

No hay a la vista virajes, readecuaciones, acuerdos ni acciones comunes para detener de una vez y por todas, el clima de violencia generalizada. Los códigos de honor, las zonas protegidas, las treguas o la reconciliación de intereses no aparecen por ninguna parte. La guerra oficialista, los balazos, granadazos y asesinatos son vistas, hasta cierto punto como “naturales”, que nos refunden en el caos más espeluznante.

¿Cuánto años más? Los siete u ocho que pronosticó en el año 2011 el entonces secretario de seguridad federal, Genaro García Luna (hoy enjuiciado en Estados Unidos por una serie de delitos graves), frente a representantes mundiales en una cumbre de análisis.

No sé a ciencia cierta cuántos años más, pero sí es indiscutible que tiene que suscitarse algo por parte de las autoridades para frenar la ola de terror impuesta por la lucha contra el crimen organizado y al mismo tiempo una lucha social de carácter amplio.

La pregunta es clara ¿Nosotros que hacemos y qué vamos a hacer? Hasta ahora sólo ha existido la llana emisión de condolencias y frases de solidaridad en lejanía, pero hasta ahí. Es necesario ir pensando que “los otros” no lo son tanto, en virtud de que nadie sabe cuándo el taladrar de un arma, retén, robo, secuestro o asesinato aparecerá adentro del ámbito personal o familiar.

Dejemos de autolimitarnos lanzando únicamente epítetos contra “los malos”. Abandonemos las muestras de solidaridad lejana y a los miles y miles de víctimas de la violencia, porque es hora de hacer algo -mucho- que trascienda el instante de morbo o preocupación en que abrimos un diario, revista o que estamos frente a la información proporcionada por noticiarios radiofónicos y televisivos.

Hay que dejar atrás la crítica de sobremesa y convocar y unirnos a marchas, plantones y exigencias, porque si todavía nos queda algo de humanidad es imprescindible cambiar la brutalidad reinante. De cualquier manera, si no hacemos algo que verdaderamente traspase los bordes impersonales nos tocará padecer algo negativo. Es mejor hacer y no permanecer impávidos. ¿Comenzamos? ¿Quién se une?

*La Generación Omega es un término acuñado por el que escribe, para tratar de diferenciar el modo de pensamiento y vida prevaleciente en los albores del tercer milenio de la denominada “Generación X” de la década de los noventa del siglo XX que, según sociólogos norteamericanos, estaba compuesta por jóvenes tecnócratas sin definiciones culturales o apegos sociales. La diferencia de los Millenials que se trata de jóvenes que están bajo el imperio de las tecnologías de la información y comunicación.

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