LA PERFECCIÓN ES UN MITO

    La perfección es catalogada como utopía o aspiración, ya que en la realidad los seres vivos o inanimados son perecederos y tienen fallas en su composición.

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    Por Baltasar Hernández Gómez.

    El origen etimológico del término perfección es el vocablo latín perfectio, que se traduce literalmente como la acción de completar algo. Su composición tiene tres partes: el prefijo per, que es equivalente a “por completo”; el verbo facere, que es hacer, y el sufijo “ción”, que es usado para indicar efecto. En el castellano actual la perfección representa la “cualidad” de no cometer errores o tener defectos. Ser perfecto representa a alguien o algo que ha alcanzado el máximo nivel posible de excelencia.

    La perfección es catalogada como utopía o aspiración, ya que en la realidad los seres vivos o inanimados son perecederos y tienen fallas en su composición. Es un concepto encuadrado en la subjetividad, especialmente en lo concerniente a las valoraciones morales y estéticas.

    En el ámbito jurídico la perfección se concreta cuando los contratos, alegatos o pruebas reúnen los requisitos de fondo y forma que los hagan cumplir sus efectos.

    En el sentido religioso la perfección es considerada una virtud de lo divino. Las instituciones religiosas señalan que el Hombre puede acercarse a ésta practicando la fe, esperanza y caridad.

    La perfección es el mito por medio del cual millones y millones de personas persiguen -sin alcanzar jamás- su alter ego. 

    El mito fue erigido para mantener cohesionado al cuerpo societal y ha tenido un fuerte repunte durante el último siglo, toda vez que los avances científicos, tecnológicos y la concepción del progreso capitalista [que actualmente se encuentra en su fase globalizadora] están recubiertos por una supraestructura ideológica neoliberal que coloca a la competencia, las capacidades materiales y habilidades aprendidas por encima de la esencia humana.

    La perfección es un símbolo de estancia, permanencia y pertenencia individual y colectiva íntimamente ligada al anhelo de “futuros” que supuestamente brindan certidumbre. Esta concepción no aparece de manera fortuita, ya que es un modelo de vida implantado por los Estados nacionales, corporaciones transnacionales e instituciones que buscan, a través de dogmas, tener dominación sobre la gente. La búsqueda de la perfección es un espejismo, en virtud de que los individuos intentan reflejarse en sus pares y sentirse parte del engranaje social. 

    En esta dinámica mujeres y hombres de todas las edades aspiran ser proyectores, para luego observar en las “pantallas” de los demás, sentimientos y acciones que los identifiquen o los hagan sentir iguales o superiores, sin embargo, la mayoría de la gente sólo consigue obtener -si acaso- vistos buenos o censuras a sus realizaciones, quedando varada en una zona de miedos y ansiedades que desafortunadamente inyecta zozobra y desolación.

    La mente del Hombre dirige, produce y actúa la puesta en escena del melodrama intitulado Buscaré ser el mejor de los mejores donde el guión está centrado en la perfección. Esta directriz aparece y reaparece en la consecución material y emocional de los sujetos sociales, instalando obstáculos revestidos con botargas estrafalarias que hacen suponer triunfos/fracasos, dudas/seguridades momentáneas y deseos/insatisfacciones. 

    En la posmodernidad las personas ambicionan ser exitosas, juveniles, alegres, empáticas, productivas e inigualables para cumplir con los parámetros del consumismo y la cosificación. No obstante de la energía que empleen la búsqueda de la perfección se vuelve frenesí que, en la mayoría de las ocasiones, culmina en desilusión, depresión, miedo, odio y angustia, pues la insatisfacción brota por doquier al no alcanzar los horizontes imbuidos por los organismos dominantes. 

    Traer a cuestas la perfección es algo así como peregrinar por una ruta sin escape cuyo destino es el vacío.

    En la corriente del coaching los individuos son dirigidos hacia la autodefinición, siguiendo un esquema mental compuesto por la doctrina ganar-ganar/éxito/bonanza, lo que presumiblemente acarreará un perfeccionamiento de destrezas para alcanzar felicidad. 

    En mi opinión personal, lo importante es vivir decidiendo en el hoy lo que queremos ser y hacer, tomando en cuenta los pensamientos y emociones surgidas del autoconocimiento y la honestidad, a fin de actuar correctamente con uno mismo y los demás. Basta recordar que vivir es una experiencia que debe estar sustentada en el presente, en la aceptación y la transformación. 

    El que vive en el mito de la perfección carece de amor o tiene muy poco. La estadía en el mundo material está basada en protocolos sociales que imponen actuaciones simuladas, las cuales pretenden captar la complacencia de los demás. La cosmovisión de los individuos que buscan la perfección es muy reducida, pues desde su enfoque todo está bien o mal; todo es mejor o peor y todo es éxito o fracaso. Para ellos no hay matices ni adaptabilidad, mucho menos emociones profundas de bienestar que logren conciliación y desarrollo armónico tanto a nivel individual como comunitario.

    La perfección obnubila la mente y por tanto los pensamientos, sentimientos y actuaciones se estacionan en el umbral de lo inacabado. En su interioridad los buscadores de la perfección desean ser propietarios de personas y objetos y, por lo mismo son reacios, manipuladores, mezquinos, pero sobre todo infelices, pues no permiten errores ni acciones que no retribuyan beneficios tangibles en los tiempos y lugares previamente determinados. 

    La rigidez de los que a partir de estas líneas denominaré perfeccionistas tiene su origen en la persecución del control total.

    Los perfeccionistas buscan tener siempre control para negar la carencia de afectos verdaderos y el desconocimiento de su ser. Si no saben o no les interesa descubrir quiénes son mucho menos estarán al pendiente de las esencias de su entorno de vida, pues su meta es poseer el bastón de mando, el orden y la exactitud. 

    Doy un ejemplo al respecto: la gente se levanta por las mañanas programando actividades, pero cuando se enfrentan a la realidad muchas de sus predicciones no serán concretadas, pues regularmente no van a estar las personas indicadas en el sitio deseado o las circunstancias resultan desfavorables. 

    Como las situaciones externas escapan al control personal lo que es planificado no sucede conforme a lo imaginado. El “deber ser” queda roto o postergado y el escenario se viene abajo dejando a los perfeccionistas invadidos por la culpa y el temor.

    A estas alturas la claridad concebida en la mente se convierte en oscuridad y el equilibrio se esfuma en un parpadeo, ya que la idea de exactitud pasó de ser un medio para conseguir un fin, en el fin mismo. La perfección es entonces una negación de la realidad tal cual es y se vuelve una condenación. Por ello, el perfeccionista es incrédulo, inseguro y egoísta, pues se regodea en la abstracción de impecabilidad alejándose de todo contacto directo con lo que es. 

    La perfección es el escudo que protege del miedo a la derrota, expresión que resulta inconcebible para el ego que siempre produce pensamientos de “triunfo” a toda costa. 

    Si en etapas de crisis se lograra admitir que no hay nadie ni nada perfecto y que las fallas forman parte intrínseca de la condición humana, que a lo largo de miles y miles de años ha evolucionado conforme a los contextos terrenal y universal, podría empezar a formarse una humanidad consolidada en el amor y la felicidad. 

    No obstante que parece bastante obvio que la perfección es un fantasma atormentador, los perfeccionistas continúan en su afán de buscarla para remendar el ser despedazado que va quedando por continuar por el camino de ocupar un sitio preponderante en la ficción de lo material.

    Los perfeccionistas creen amar lo que hacen, pero lo único que logran es alimentar las aspiraciones del ego. “Aman” la proyección de lo que piensan que son. “Aman” las cosas que consiguen y las que anhelan tener. “Aman” a los demás en la misma proporción e intensidad que los hagan amarse cada vez más. “Aman” la idea de que son el centro del universo y que quienes los rodean deben girar en su órbita de dominación, consintiendo y exaltando ideas, logros y aspiraciones. 

    Por tal motivo, cuando alguien no es afín con sus posicionamientos y actuaciones la concepción del mundo se cae estrepitosamente y es aquí que el supuesto “amor” se metamorfosea en aversión y odio.

    Los perfeccionistas viven asumiendo que la perfección es la cúspide del género humano y por ello están posicionados en la burbuja de la exigencia, por lo que su modo de vida se convierte en un circuito de soledad que inhibe la creación de pensamientos, sentimientos y actuaciones correctas para sí y los demás. 

    Obsesionados por la exigencia en su máxima dimensión, las conquistas o derrotas, en su caso, traen aparejadas las semillas del desamor y la desdicha. Al final de cuentas los logros “positivos o negativos” traen consigo la emisión o recepción de comportamientos llenos banalidad, soberbia, odio y destrucción.

    Conocerse es amarse y amar a los demás. Los individuos que tienen conocimiento de sí mismos se aceptan y pueden tener relaciones sanas con los demás. De esta manera viven en equilibrio asumiendo la tolerancia como norma para realizar acciones que los trasladen a un estado de amor y felicidad. 

    Al conocerse van a vivir la realidad con consciencia teniendo la oportunidad de desarrollar sus potencialidades materiales, emocionales y espirituales. Lo contrario a la perfección es la imperfección y si los individuos aceptan que nadie ni nada es inmaculado empezarán a experimentar gozo, ya que este sentimiento es generado desde la autenticidad del ser………………desde el corazón……….desde el espíritu. 

    Los individuos que quieran vivir sin el mito de la perfección traerán para sí fluidez, pues se conceden permisos para ser y estar en armonía consigo mismos y con los demás, concediendo sin dificultades que las cosas van a salir como deben o tienen que salir. Luego entonces, los errores no serán vistos como fracasos, sino como parte intrínseca de la experiencia humana. 

    De esta manera habrá admisión y, por ende, emergerán emociones sinceras en cualquier tipo de situación.

    Vivir significa pensar, sentir y hacer en el aquí y ahora. En el devenir de la humanidad no hay buenas o malas actuaciones, sino una permanente toma de decisiones. 

    Por lo mismo, hay que aceptar las emociones “negativas” y prohibir el paso a la compulsión de vivir en ellas. Sólo si hay tal aceptación podrá haber congruencia entre lo que se piensa, se siente y se hace. Cuando las personas admiten sus emociones se dan espacio para sentirlas y transformarlas. Esto es aceptación proactiva que se opone a la resignación pasiva/sufrida/apocalíptica. 

    Hasta el momento ningún ser humano está libre de experimentar miedo, celos, ira, envidia o ansiedad, pero lo importante no es que surjan tales defectos de carácter, sino qué se decide hacer al respecto.

    Los perfeccionistas cruzan los brazos y cierran su mente a la realidad, sustituyéndola por un “mundo aséptico” donde no hay cabida a pensar que hay personas o sucesos “desfavorables”. 

    En el otro extremo se encuentran los que sienten que las cosas son como son, que la vida tiene que vivirse como se presenta y que en el mundo real es inevitable la pérdida, fracaso o dolor. Por eso deciden que lo único que tienen que realizar es proseguir en el proceso de mejoramiento continuo [me otorgo el permiso de utilizar -con fines didácticos- la terminología establecida por las corporaciones certificadoras de las normas ISO].

    La experiencia de vida debe realizarse en paz, evitando la generación de dolor (el propio y el de los demás), ya que de lo contrario se adhieren facturas abultadas e innecesarias las cuales serán pagadas con depresión, ansiedad, odio, celos, neurosis……..muerte. 

    La vacuna contra la perfección es la admisión de lo real-real y si ésta no es inyectada la experiencia de vida será desastrosa, toda vez que el deber ser y el ser se construye desde adentro.

    A continuación expongo algunas recomendaciones para desechar la perfección. Éstas consisten en eliminar de la mente los siguientes pensamientos:

    • No debo cometer errores.

    • Tengo que ser aceptado por todos a como dé lugar.

    • Las personas deben tratarme bien.

    • Debo ser el hombre/mujer, amigo(a), hijo(a), novio(a), esposo(a), padre/madre modelo.

    • Tengo que estar siempre equilibrado.

    • No debo sentir emociones negativas.

    • Soy víctima de los demás.

    • Soy merecedor de conmiseración.

    • Tengo que poseer más y mejores cosas materiales.

    • Las personas deben pensar, sentir y responder como yo supongo.

    • Nadie es más merecedor de vivir bien que yo.

    • Debo imitar siempre a las personas exitosas.

    • Conseguiré mis aspiraciones pésele a quien le pese.

    P.D. El género humano es “perfectamente imperfecto”. En cada mujer y hombre existe la voluntad de transformarse para vivir felizmente. Cada individuo es responsable de vivir a plenitud la experiencia en el aquí y ahora.

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